La acabadora, leyenda de la mujer que lleva la muerte en Cerdeña
Sa femina accabadòra o sa femina agabbadòra (la Acabadora), en lengua sarda (hablada por los Sardos en la isla mediterránea y región autónoma italiana de Cerdeña), significa literalmente “la que acaba”, “la que termina”, “la que pone fin”. El nombre proviene del sardo “accabbu”, es decir, “final”; probablemente tomado de español “acabar”.
Se dice que la Acabadora era la que daba la muerte y también la que ayudaba a nacer, la partera; vida y muerte en la misma persona.
Sobre esta forma de eutanasia arcaica se ha escrito y dicho mucho, pero sobre todo se ha discutido sobre su real existencia o si se trata de una leyenda. No hay unanimidad histórica sobre su existencia, algunos antropólogos sostienen que nunca existió como aquella que lleva la muerte, pero sí que existió como la mujer que acompañaba en su agonía al enfermo y a la familia. Es muy grande el velo de secreto que la cubre, los ancianos que pudieron saber de ella parecen haberla borrado de la memoria, mucho silencio y misterio envuelven a este extraño ser.
El confín entre la vida y la muerte es muy sutil, es el momento en que el enfermo terminal, cansado y con gran sufrimiento espera la hora de partir. Esta mujer tiene un rol profundo e íntimo, llevaba la muerte. Esta figura, para algunos históricamente incierta, era la mujer encargada de llevar la muerte a personas de cualquier edad, en condiciones de enfermedad terminal o de gravedad tal, que el mismo enfermo o la familia se lo pedían. En el imaginario colectivo, siempre viene asociada a la muerte. En la región central de la Cerdeña, el rol de la acabadora era realizado por viudas pobres, de tal manera que los vecinos la recompensaban con pan y alguna limosna.
La leyenda cuenta que las prácticas utilizadas por la sa femina accabadòra para llevar la muerte variaban según el pueblo o la región de la Cerdeña (Sardegna, una de las islas mayores de Italia). En la noche, vestida de negro, con la cara cubierta, entraba sola a la habitación donde se encontraba el moribundo y mientras la familia esperaba afuera, en esos cuatro muros se cumplía el ritual. Algunas teorías sostienen que se retiraban amuletos, figuras sagradas, objetos queridos, para facilitar la separación del alma del cuerpo y terminar con el sufrimiento.
A veces se recargaba en la cabecera y estrechaba entre sus piernas la cabeza del moribundo. Lo acariciaba como quien lo arrulla, le canturreaba la misma canción de cuna que probablemente el moribundo había escuchado de su madre, lo estrechaba hasta estrangularlo o usaba la almohada para sofocarlo.
En otros pueblos se dice que golpeaba al enfermo en la frente o le daba un golpe seco en la nuca con un bastón o martillo de olivo, su mazzolu, éste último el más nombrado.
La acabadora no era querida, pero tampoco odiada, era indispensable porque hasta la mitad del siglo pasado, los pueblos estaban aislados, es decir lejos de hospitales y no había medicina para curar a los enfermos, sobre todo los de escasos recursos. Ir a un médico tomaba varios días a caballo. La acabadora era indispensable porque terminaba con el sufrimiento y la larga agonía de los enfermos sin remedio. Una cosa es cierta, no se le consideraba una asesina, porque era la familia o el mismo moribundo quienes la llamaban. Su tarea era la de procurar una muerte rápida e indolora, un acto de piedad por el moribundo y necesario para la sobrevivencia de la familia, a cambio, recibía productos de la tierra.
Aunque muchos aseguran que esta mujer nunca existió, en un pueblito de la Cerdeña existe un museo que se llama «Il museo della Femina Acabbadòra» donde se exhibe una habitación y sobre la cama está su mazzolu, martillo de olivo, encontrado en 1996 escondido en un muro. Quizá nunca lleguemos a saber si existió la acabadora, pues es probable que todo el silencio alrededor de esta tradición fuese para proteger a la familia y a esta figura de problemas con la justicia. Era pues un ritual íntimo de una tradición de pequeñas sociedades cerradas. Hoy diríamos que se trataba de una eutanasia asistida, aquí la sabiduría de los pueblos.
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